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domingo, 31 de diciembre de 2017

CAMBIAR RADICALMENTE SIN PARAR JAMÁS

Más que el año deben cambiar los tiempos históricos
 CAMBIAR RADICALMENTE SIN PARAR JAMÁS
Revista Libre Pensamiento

Guste o no, la palabra amor huele a cursilería. Es que suena, suena y suena, por todos los confines, sin que su autenticidad se vea en serio diáfana. Desde hace más de dos mil años, se le ha venido desprestigiando, al grado que, su sola mención, provoca una suerte de apocamiento y rechazo. Se le asocia, a partir de la dudosa reputación que se le ha endosado, con artimaña, perfidia, doblez y semejantes.

No es para menos. En su nombre se han desatado las guerras más cruentas y crueles de la Historia Humana, como las Cruzadas, las dos guerras mundiales, las que hoy irrumpen feroces por casi todos los puntos cardinales, con acento alto, bajo y mediano; y ya suenan los estridentes clarines de las que están por venir, sin que nada ni nadie pueda, al menos en apariencia, detenerlas y, peor aún, cual si se tratara de algo necesario. Y los timadores de siempre esgrimen su nombre para ofrecer dicha al por mayor, sin que falte un cielo asegurado…   

A su contraparte, el odio, se le desprestigia en demasía, sin examinar sus versiones con detenimiento. Su sola alusión hace santiguarse a más de alguno, tal cual si Lucifer, en persona, se asomara para avistar a las almas pecadoras que ha de llevarse consigo al último infierno. Conviene, pues, cambiar la percepción de las cosas, tomando el odio -descartada su variante visceral- como escudo para enfrentar con aplomo a los reales enemigos del hombre, y como palanca impulsora de sus causas más justas. Así podrá aflorar el más sincero afecto entre las personas.

Lo que el mundo en verdad requiere

Más que palabras bonitas, se requieren asuntos de fondo. Y lejos de fórmulas mágicas y estereotipos, se impone cortarlos de raíz. Cada año es esencialmente igual al anterior. Así las cosas, más que el año, deben cambiar los tiempos. Basta de ilusiones falsas. Aniquilemos su dominio esclavizante.

Enfrentemos las guerras, el negocio más “próspero” y retorcido, salvo las de probada naturaleza defensiva. Estremezcamos nuestras conciencias para estar en condiciones de reemprender la difícil construcción de un mundo de y para todos, desterrando autoengaños terribles, como el de amar a los enemigos del ser humano.

Evitemos que el liderazgo -cuya necesidad es indiscutible- se transforme en autocracia que ensombrezca el papel de los pueblos en los procesos de transformación. Impidamos el entumecimiento aniquilante de dichos procesos. Establezcamos unidades amplias de abajo hacia arriba y garanticemos el papel protagónico de quienes hacen la historia con su trabajo y su creatividad en todos los campos del quehacer. Ahuyentemos el amor que se conjuga en desprecio, rechazo y burla a las multitudes…


Rompamos, de una vez por todas, con las ilusiones que genera el capitalismo recurriendo a  su aparataje ideológico, a su compra de conciencias y a sus innumerables artimañas. Retomemos el reto que lanzara Eugène Pottier, un obrero francés que participó en la Comuna de París: “Derrotemos todas las trabas que oprimen al proletario cambiemos al mundo de base hundiendo al imperio burgués.”

Ahuyentemos el consumismo y los valores del mercado, consustanciales al capital; rechacemos la sensiblería, multipliquemos la sensibilidad social. Digamos no a la competitividad que nos divide; abracemos la solidaridad y el acercamiento real entre naciones; superemos la enfermiza egolatría y asumamos el sentido de colectividad y hermandad entre los seres humanos.

Odiemos el espectáculo malsano; promovamos la sana distracción. Desterremos la hipocresía y alimentemos la franqueza. Repudiemos la manipulación de la verdad y restablezcamos  la verdad de los hechos históricos. Pongámosle coto a la “espiritualidad” que nos lleva al individualismo y afanémonos en acercarnos de modo real al prójimo cercano o lejano.

Atajemos la promoción de un mundo misántropo y asumamos uno en el que no haya explotadores, ni explotados ni, por tanto, concentración de la riqueza cada vez en menos manos. Con mayor razón, procedamos así con la guerra de todos contra todos y enaltezcamos, sin puerilidades, el amor entre todos los seres de la naturaleza.

Rompamos de cuajo con las redes culturales enajenantes del inhumano sistema global imperante y démosle a la cultura su dimensión real: la de ser el resultado de la creatividad  de los pueblos y no el de unos cuantos.  Aceptemos nuestra absoluta condición de seres que sólo aprenden del error y los aciertos y, sobre todo, unos de otros.  

Y recordemos, la historia no ha dicho su última palabra, está muy lejos de su culminación, apenas comienza...

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